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Ayer confundí la velocidad con el tocino y le eché al cocido el cuentakilómetros de la moto.
De sabor, sin problemas, imperceptible.
De gases, los habituales de los garbanzos de sobaco.
En general, bien.
Ahora tan solo queda ver a quién le habrá de tocar tener que cagar la aguja del velocímetro.
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Yo suelo confundir concesionarios con confesionarios, y terminó pidiéndole un Ferrari al cura del pueblo.
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