PELO-ELON-GADO

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No podía con él. Me superaba. Me consumía toda la poca moral que me quedaba. Aquel pelaco negro y tieso me crecía de dentro de la nariz con una fuerza, tesón y velocidad fuera de lo común.

A más que me lo cortaba, depilaba o quemaba, no conseguia evitar su resurgir del hueco nasal derecho.

Como me relajase en el control y vigilancia del pelo a lo que me veía forzado en todo momento, el muy canalla se descolgaba más de un centrímetro y medio, haciéndose el centro de atención de todo aquel con quien me cruzara. Las miradas de repugnancia de la gente me alertaban de que el condenado pelo ya estaba dejándose ver fuera de su obligada oquedad.

En un momento de ya no poder más, se me ocurrío cogerlo y hacerle volver su punta hacia los adentros de la nariz. Dejelo crecer en esa dirección y así, noté como avanzó por las fosas nasales hasta alcanzar la gargarnta. De ahí prefirió el avance por el esófago y llegó hasta el estómago. Debe ser verdad esa leyenda urbana de que en el estómago no se digieren los pelos, pues pronto noté como se burlaba del ilión y se colaba en el instentino delgado.

Pasé algún tiempo sin saber de él, además mi vida había cambiado tan para bien sin el desagradable asome del pelo nariguil, que casi me olvidé del ruin cabello. Pero aquella ausencia de noticias fue debido a su trasiego por el tan largo instentino delgado que no fue además obstáculo alguno pues a más longitud que adquiría el pelo, más empeño y disfrute obtenía en el crecer y crecer.

No, el instentino grueso tampoco fue problema. Y no se pudo remediar... la punta del pelo ¡ME APARECIÓ POR EL OJO DEL CULO!

Lejos de sumirme en la más profunda de las depresiones decidí tirar de la punta, tensar y amarrar el pelo a la mayor de mis almorranas. ¡Ahí te vas a quedar para los restos pelo inmundo! le dije.

Todo bien desde entonces, salvo que cada vez que estornudo,.... se me escapa un pedo.