martes, 24 de agosto de 2010

NO LO LEAN.

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Algún día tenía que pasar y no me pilló desprevenida.

Ayer me llamó mi jefe por el teléfono interior y fue y me pidió que le acercara un café.

Todos estos años de estudios de física, química y filosofía para que un capullo redomado con la polla gangrenosa tenga la osadía de hacer que le vayas a por un café, por la simple razón de que él es el jefe, el que manda, el que te puede poner de patitas en la calle por la puta cara, el de por sus santos cojones.

En mis peores pesadillas desde niña se me repetía la escena de que era una sufrida camarera de esas de bar de carretera estilo americano de ruta 69 con cofia y todo y que no paraba de servir cafés a peludos y malolientes camioneros. En el sueño todos se metían conmigo y se reían de que tuviera que trabajar allí por no haber tenido estudios universitarios.

Muy bien, ante el temor de que alguien me pudiera obligar a servirle un café (aun teniendo los susodichos estudios), había reunido en una vieja funda de gafas de mi abuela los siguientes objetos: un bolón de cerumen que se le cayó de la oreja derecha a un gordo por la calle, ocho nódulos de sarro de color amarillo de esos que se te escapan de entre los dientes cuando estornudas o toses (que están ya duritos y huelen fatal si los aprietas), cinco cancanillas de mierda de mi perro de esas que se le quedan pegadas en los pelos de cerca del ojo del culo (cortadas a tijera para que tengan el correspondiente mechoncito de pelo), un lapo verde y sanguinolento de los que esputa el cabrón del vecino en el ascensor cuando llega drogado los fines de semana (y el tío no se muere) y tres gusanos de cadaver de paloma muerta atropellada en medio de un paso de peatones (la típica que se le quedan las tripas fuera to reventada).

Todo esto, bien trituradito, mezcladito y prensadito consistía mi chaleco salvavidas para con una posible exigencia de "¡oiga, tráigame un café!", que se ha venido a hacer realidad en la mañana de ayer.

Así pues, fuime al office del laboratorio, cojí una taza, la llené con café y le introduje mi nauseabunda sustancia, removí hasta su total disolución y le serví el café al capullo de mi jefe.

El tío fue y se le bebió casi de un trago, no me dió ni las gracias y se tiró un pedo (si no me dió las gracias por el café no me iba a pedir perdón por el pedo).

Hoy el cabrón no ha venido a trabajar, ha avisado que le ha salido una almorrana tan grande que si la miras le tienes que dar los buenos días y todo, hablándole de usted, por supuesto.

Espero que no se le vaya a ocurrir volver a pedirme un café.

Por otro lado, estoy teniendo que volver a reunir las sustancias compositivas de mi veneno antipidecafeses. Por cierto ¿alguien ha visto una paloma atropellada? La necesitaría de hace dos o tres días, por lo de los gusanitos, ya saben...

4 comentarios:

  1. Barrientos el de Madrid24 de agosto de 2010, 4:16

    Análisises de laboratorio basados en la chorrada parídica de un sábado a media noche pero por la tarde temprano.

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  2. Será analísises (ojo con el acento)

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  3. Yo tuve un jefe que lo que más le gustaba del café era el matarratas con mistol que le echaba. Y se llegó a aficionar el tío. Tremendo.

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  4. ¡¡COJONES!! YO SOY JEFE Y COMO ME ENTERE QUE ME ECHA ALGUIEN ALGO EN EL CAFE, NO VA A TARDAR NI UN SEGUNDO EN ESTAR DE PATITAS EN LA CALLE.

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