miércoles, 11 de agosto de 2010

TORTURA INHUMANA.

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A veces sucede de golpe o en poco tiempo, pero lo normal es irse quedando calvo poco a poco, a lo largo de los años, empezando a enseñar un poquito más de frente después de la adolescencia (esto te hace parecer más inteligente), dándose forma unas ligeras entraditas en los primeros años de tu veintena (cosa que vuelve locas a las nenas, te hacen parecer algo más maduro que los demás).

Como que entre los veinticinco y los treintaicinco te parece como que la cosa no ha empeorado ni mejorado, o es que has estado más atento a la aparición de las canitas que te van dando incluso un puntito atractivo que te hace crecerte (en ese momento son signos de experiencia, no de vejez).

Total, que descuidas la observación de la población capilar y llega el día del bofetón ¡ en toa la frente ! Por una foto que te hacen desde atrás o por un puñetero montaje de espejos que hace que te veas por detrás, te descubres la coronilla todo clareada de pelos (esto si tienes suerte, porque también puede ser tu suegra la que lo ponga en evidencia en medio de una populosa reunión familiar ¡uy, pero si tienes una coronillitaaaaaa!). Ese es el mismo día en que lo que eran "frente despejada" y "entraditas" pasan a ser la vil conspiración judeomasónica de segunda guerra mundial (que no fue mundial pero bueno) con movilización animalista contra el maltrato animal.

¡Pumba! ¿Pero cuándo ha pasado, cómo no me he dado cuenta antes, qué puedo hacer para parar ésto, cuánto tardaré en quedarme pelao como una bola, qué pensará mi familia, mis amigos, los cabrones de los compañeros de trabajo?

Comienza aquí el doctorado sobre la organización, trazado, corte, peinado y recolocación de los pelos que te van quedando para que disimulen en lo posible los claros del bosque. Te tienes que hacer cada vez más experto: cada vez menos pelos, cada vez más llanuras siberianas.

Puedes llegar a sentirte seguro cuando dominas esta técnica, pero no te preocupes ya vendrá el día en que te tiras a una piscina, te da una ráfaga de viento, te pasan el bolso de mano por la cabeza al sacarlo del compartimento superior del avión. Mil situaciones en las que te desequilibran el plantío y te ves impotente para recomponerlo a manotazos. ¡Qué ridículo te sientes!

Ahora, o te dá por afeitarte y apuntarte a un club de billar, o te afanas en desarrollar bigotes, barbas, perillas, patillas, coletillas y demás formas de cultivar pelo en otras zonas, como si éllo sirviera de consuelo o disimulo de la imparable reconquista del imperio sanfranciscano por detrás y bolabillarero por delante.
Entre medias y como adherezo inevitable te pillas un descomunal cabreo a consta de: si resulta que estoy perdiendo pelo por todos lados ¿a cuento de qué ahora me empiezan a salir odiosos, antiestéticos y asquerosos pelos en las orejas y las narices?

Menos mal, menos mal, menos mal que para nada esto que estoy contando me está pasando a mí. Como todos ustedes saben yo soy una perrita yorkshire a la que su dueña le enseño a escribir en el ordenador y, como bien comprenderán, de lo que menos problema tengo es de falta de pelo.



¡Adios amigos!


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